viernes, 29 de abril de 2011

Días difíciles

El paro es para mí ese enemigo de siempre que me amenaza un par de veces al año. Tengo un trabajo inestable. Una compañera mía dice que somos temporeras. Si todo va bien, (siempre si todo va bien) suelo trabajar 10 meses al año. Los otros dos, si todo va bien, suelen coincidir con el verano, la temporada baja para los que trabajamos en televisión.
Trabajar así, por temporadas, te hace mejorar en matemáticas. Todos contamos maravillosamente los días de trabajo que llevamos, las vacaciones que hemos generado (y que nos pagarán cuando acabe nuestro contrato), los días de paro que tenemos acumulado, los que hemos gastado, los que nos faltan para generar otro año que nos dé derecho a otros cuatro meses de paro. Contamos los días que faltan para nuestra boda, para ver si nos coge trabajando y disfrutamos de los 15 días que te corresponden si te casas. Contamos cuándo es el mejor momento para tener un hijo, a ver de qué manera podemos disfrutar de la baja de maternidad. Contamos los días que tardamos en hacer un programa y multiplicamos para calcular cuánto durará la serie que nos han contratado. Contamos los días de diferencia si la serie de programas, en vez de durar los trece prometidos, no la ve nadie y se cae antes (habitualmente en el cuarto, que suele equivaler a un mes). Contamos, contamos, contamos. Cada uno a su manera y de su forma. Yo lo hago en la ducha. ("Si trabajo hasta mayo, luego podré aguantar cobrando el paro hasta septiembre" "Si se cae el programa, a ver como lo hago porque sólo me quedan dos meses de paro. El año pasado gasté más de la cuenta")... Siempre con el calendario en la mano, siempre llevando el cálculo del tiempo de paro generado. Así vivimos.
Los que hemos nacido con el don inoportuno del optimismo somos capaces de sacarle ventajas a esta situación laboral que nos trae de cabeza. Los largos veranos, la imposibilidad de aburrirnos haciendo siempre el mismo trabajo o que "cuando algo es malo, dura lo mismo que cuando es bueno: cuatro meses". Sin embargo, ¿cómo se planifica una vida cuando se trabaja así? Me temo que es imposible hacerlo. Cuando se trabaja así lo primero que se aprende es a vivir al día. Hoy tengo trabajo, mañana ya veremos. Y se aprende también a guardar para las vacas flacas.
La cosa es que miro a mi alrededor y, en mi inestabilidad, tengo que darme con un canto en los dientes. Porque la empresa para la que trabajo, tiene planes de hacer programas el año que viene, y el siguiente, y el siguiente también. Hay otras empresas que no son capaces de asegurar que seguirán produciendo dentro de cuatro meses. Y que tienen a su plantilla viviendo en un limbo laboral. "¿Qué pasará el año que viene o en verano? ¿Si esto cierra, dónde nos metemos 60 trabajadores que quedamos en la calle a la vez?"

Estos días son días difíciles en mi casa. Son días de cambios, de inseguridades y de temores en mi casa. Saldremos adelante, nos decimos cuando nos levantamos y nos despedimos porque el trabajo que tememos perder nos impide vernos en todo el día.
Y cuando tú te vas a la lucha con esa cara que tienes desde hace semanas no puedo evitar preguntarme quién le ha robado las oportunidades a nuestra generación. ¿Quién ha roto las promesas que nos hacían de pequeños, las de que si estudiamos llegaremos lejos, las de que si trabajamos mucho, creceremos, las de que teníamos el mundo por delante?
La mayoría de periodistas cuarentones o cincuentones no saben de lo que estoy hablando. A ellos (no es justo pero lo hago) les dedico a veces un espacio de rencor dentro de mí. Por haber podido crecer en la profesión en un momento de florecimiento, porque cuando tenían mi edad, si lo hacían bien, su teléfono sonaba con ofertas de trabajo de diferentes sitios. Porque les ha dado tiempo de tener amigos, referencias y una posición que, si pierden ahora con la crisis, les permite encontrar otro empleo. Y porque ahora están mandando, dirigiendo y no se paran a pensar que esta generación a la que mandan lo tiene todo más difícil.
Como soy una optimista sin remedio, hoy me he despertado sabiendo que todo va a salir bien. Que van a pasar cosas buenas. Y al encender el ordenador me he encontrado con casi 5 millones de parados en España. Parados que imagino haciendo sus cuentas en la ducha, repitiendo que todo va a ir bien cuando llevan a sus hijos al colegio, ahogados por las noches de insomnio que les causa la angustia.
Me rasco la cabeza y pienso que este país no se merece esto, ni estos jóvenes. Pero el domingo es el día del trabajo y pienso que, como siempre, en la manifestación seremos un pocos. Entonces mi optimismo desaparece, tengo que mirar al suelo y reconocerme a mí misma que a lo mejor sí que nos lo merecemos. Por cobardes.

miércoles, 20 de abril de 2011

La señorita Esquivel y la señora Gavira


Son malos tiempos para las aventuras empresariales y las utopías y, sin embargo, Carmen, su marido Efrén y su cuñada Carmen han decidido que es el momento perfecto para que uno de sus sueños eche a volar. La Señorita Esquivel es más que una librería y una papelería. Es más incluso que el centro cultural que sus dueños se esfuerzan por sacar adelante. La señorita Esquivel es la confirmación de que todo puede cambiar si nos lo proponemos y que el camino de la vida, por complicado que se nos ponga, se puede sembrar de proyectos e ilusiones y de ganas de vivir.
La sonrisa de Carmen, cuando me contaba sus planes empresariales, me lo confirmaba y me hablaba de esperanza y de entusiasmo. Esperanza por la perspectiva de trabajar y vivir entre los libros que tanto ama, los mismos que desde niña la han ayudado a crecer y la han enseñado a ser como es. Entusiasmo ante la idea de poner su granito de arena (su roca, más bien) para hacer de Mairena del Alcor, el pueblo donde ha crecido y en el que medio vive, un pueblo más culto. Una tarea que parece haber heredado de sus padres, maestros vocacionales, que han dedicado su vida a educar a generaciones de niños maireneros.
Dentro de poco, La señorita Esquivel abrirá sus puertas en el número 18 de la calle Fernán Caballero de Mairena del Alcor. Estoy segura de que en cuanto Carmen, Efrén y Carmen inauguren su librería, Mairena será un pueblo mejor. Porque todo se vuelve mejor cuando hay libros de por medio.